La última travesía de Rafael

Era la noche y a la altura de la gasolinera de San Bernardino sucedió el roce, ese fugaz alarido que antecede al intempestivo alto total de los vehículos que acaban de tener un alcance.

No fue una colisión espectacular, ni asunto de heridas graves; era la antesala de una discusión, agitada al principio y mortal cuando surgió el disparo. La insensata determinación de quien accionó el arma como una muestra de discutible poder.

Era el inicio, la génesis del drama. La última travesía de Rafael.

Fue el clásico choque de egos.

Rafael, sin saber lo que venía, envió un audio a sus compañeros del transporte público. Con voz agitada, narraba lo sucedido: el otro automovilista, el tono agresivo, el enojo que crecía como incendio entre palabras.

“Chocamos. No quiere hacerse responsable”, dijo. Su voz no era de miedo, sino de alguien que creía aún en la posibilidad de arreglar las cosas hablando.

Pero el diálogo se quebró de golpe.

Testigos contarían luego que la discusión escaló en segundos. El otro conductor bajó del auto, con el arma en la mano.

La crueldad del absurdo cotidiano.

Le disparó.

Rafael cayó, con la liviandad con que algunos cargan la muerte.

La noticia se regó como un luto temprano entre sus compañeros. En grupos de WhatsApp, en radios de unidades, en redes su nombre resonó con tristeza y rabia. 

Después los mensajes fueron breves: "Adiós, amigo Rafael", "Te vamos a extrañar, Rafa", "No te tocaba".