La Lluvia

CULTURA - La Lotería 24/06/2019 Lolita Parcera
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Me encanta la lluvia, es algo que siempre digo cuando miro aproximarse las nubes negras en un hermoso día nublado, ¡es que, es maravilloso sentir ese olor a tierra mojada! aunque solo sea en mi imaginación, pues la Ciudad de México lo que menos huele es a tierra mojada de pueblo.

Trabajar en la gran ciudad puede hacer olvidar muchas cosas y aprender unas cuantas más, por ejemplo, si eres de pueblo como yo… bueno de ciudad chica, y no estás acostumbrada al ajetreo, lo primero que olvidas es ser una damita, enseguida te conviertes en una damita gandalla; sólo los que vivimos ese exquisito momento de la mañana al  tomar el metro en cualquier estación que tenga correspondencia con otras líneas sabemos lo que es convertirte en Supergirl, ave fénix, mujer maravilla, contorsionista, profesional de la belleza y Hulk a la vez, obvio sin perder el estilo fashion, porque vas desde casita muy arregladita para no perder tiempo.

Encontrarme atrapada en una estación saturada de gente fue la perdición para mí los primeros días de mi aventura en la ciudad, todo mundo decía que me hacía falta salir más seguido, y pensaba “realmente a los que les hace falta salir más seguido a darse sus baños de pueblo es a ellos”. ¿Cómo chingados pueden vivir así?, esto nunca se detiene, es un círculo vicioso de mentadas y smog que te lleva a vivir intensamente.

Regresando al día lluvioso, en verdad ha sido el día menos encantador con lluvia que he vivido, pues sumando todo lo anterior y mi maravilloso despiste sobre la división de vagones entre hombres y mujeres por aquello del arrimón, terminé en uno mixto, más de hombres en realidad.

Cayó uno de esos primeros aguaceros de temporada donde las escaleras se transforman en cascadas, y recordando la famosa Ley de Murphy, dije la frase que nunca debes mencionar cuando todo te va mal: ¿y que más me puede pasar?, efectivamente, si pasó algo más: la luz se fue, forzando al armatoste naranja a detenerse en equis estación por 20 minutos. Había fulanos sudorosos por todos lados, para ese momento a todos los veía con cara de violadores y  mutiladores come mujeres,  gente achacosa estornudando y lo peor de lo peor en mi escenario catastrófico (olvidé mencionar que aborrezco agarrar el tubo sujeta manos en cualquier lugar público), había gente tomando los repugnantes artefactos y comiendo a la vez, no de una manera discreta, sino tronando su hocico junto a mi oreja sensible, que para aquel momento, podía percatarme del salivar producido por el sujeto que masticaba chicle en la siguiente estación. 

Entonces dije ¡basta! , ya no puedo, mi claustrofobia, metrofobia, guacalafobia y ñerofobia había llegado al límite, me sentía la vístima de la vida (frase que hizo famosa una señora del Facebook que decía que su vecina se hacia la vístima, pues esta condición es un superlativo de la víctima), y entonces exploté, ¡siguiente estación bajan!, no me importó no ser experta y literalmente neófita cuando salí a empujones de ahí, la mente de una persona en desesperación puede llegar a sorprender a varios, pero mi astucia y claro, mi mejor amiga la famosa aplicación UBER , me rescató en un dos por tres.

Al subir al carruaje Kía Rojo tripulado por un agradable caballero, me sentí aliviada y liberada, sobra decir que en el tiempo que estuve en la CDMX los UBER fueron todo un caso, pero esa es otra historia dentro de los días de mi lotería que contaré después. Para entonces, en el trayecto a la estación de autobuses, supongo que estábamos muy cerca de la zona roja de la ciudad, pues noté al conductor ponerse nervioso al pasar en medio de las calles mojadas, llenas de basura entre los puestos cerrados y los pepenadores buscando algún tesoro, le pregunté en dónde estábamos y con voz lúgubre dijo “en Tepis”, a lo que pensé, ¡chale! si se pone rudo haré ese tono cantadito mágico chilango que he practicado desde hace algunas semanas y diré “pusss ¿Qué pasó carnal?, ¡perro no come perro!”. Deduje que el señor estaba igual de temeroso que yo, pues tenía una expresión en su rostro que decía “saca la navaja para defendernos”, por si salía algún marihuano, como dice mi mamá.

Ya en calles conocidas aledañas a la TAPO, me sentía casi como en casa, estaba a una hora todavía, pero ya sentía que la lluvia olía distinto. Terminaré esta historia diciendo que: sobreviví al día de lluvia en la gran ciudad.

Efectivamente, al bajar del autobús el olor a tierra mojada era el que mi mente recordaba, el que me hacía sentir segura y feliz de pisar la tierra de los dioses, algunos la conocen como Texcoco, yo siempre digo que su apellido es el Paraíso.

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