En Chapingo “Lluvia con sol” o la recordable confidencia

Cada quien tiene su modo sutil de celebrar la vida. 

Muchos se acicalan y visten sus mejores prendas para ir de compras o treparse a un avión. 

No pocas personas aguardan, con cierta exaltación, el fin de semana para ir al baile anhelado. 

Hay quienes se enamoran por primera vez y se casan, dejando olvidadas posibles maletas y entusiasmos de conocer otros mundos, ciertas tierras y determinadas personas que se afincan en la memoria.

Otras personas se llenan los ojos de paisajes, platican con la gente o se tienden frente al mar con placidez, escuchan música a deshoras con esa satisfacción de saborear el más exquisito antojo y luego se ponen a escribir.

Rosa María Rodríguez nació con el don de abismarse de alegría frente a una grandiosa jacaranda en flor y también abrir los brazos y suspirar cerca de oyameles en la víspera de una llovizna.

Ella se pierde en cualquier ciudad del mundo para encontrarse de pronto en plática amena con el mesero de un restaurante o escuchar a la tía Isabel en un rincón de la Mixteca oaxaqueña o con una joven doncella en un hotel de Moscú que apenas le entiende, pedir detalles en los almacenes GUM antes de hacer una compra, intercambiar algunas anécdotas con amistades pretéritas, mientras degusta postre y de pronto hacer un silencio y quedarse paralizada ante el cielo rojo del atardecer para después suspirar y acariciar con su sonrisa a quienes están cerca de ella.

Rosita ha escuchado canciones de Tony Aguilar en Aracataca y bebido cerveza dulce y al tiempo junto al río. Ahí pudo reconocer lo real maravilloso de la vida al tocarle por cortesía del azar objetivo una lluvia con sol en Macondo, dorada y tenue.

Y precisamente así se llama su más reciente libro: Lluvia con sol. 

Es un cúmulo de relatos prodigiosos que ofrece como genuinas piedras preciosas al lector.

Este libro es como el mar o como el amor. Lo conoces por vez primera y te sale al encuentro por todos lados.

Son relatos de vida. Son postales de viaje que detienen el tiempo. 

La estructura narrativa que ha escogido la maestra Rosa María es sencilla como los días de otoño o las tardes inolvidables que se desmenuzan en la memoria. 

Son descripciones conversacionales, platicaditas, con ese tono de confidencia que las convierte en recordables.

Utiliza frases cortas, se cuida del cortejo de adjetivos, y en cada uno de los relatos desliza “un escurridizo sentimiento que se hereda”.

El libro Lluvia con sol es una suerte de dulce compañía; es decir, acompaña en cualquier circunstancia y seguramente hace llevadera la espera o el insomnio y vuelve aleccionador el ejercicio de viajar. 

Ocasionalmente, el destino es menos importante que la grandeza de la travesía, de los sucesos significativos que ocurren al paso y también al recordarlo a la vuelta de los días, de los años.

Cuando llueve con sol es común mirar el arcoíris. Es como la cereza del pastel. Es la anécdota que se vuelve  perdurable recuerdo íntimo.

Particularmente me encantaron las narraciones tituladas Amigas, Insumos y Oaxaca. 

Su brevedad condensa magia y musicales referencias.

Son anécdotas de raíz poética, con indeclinables ramas que ofrecen su sombra bienhechora. 

Vale la pena soltarse el cabello, abrir los brazos al cielo y dejarse llevar por esta Lluvia con sol de amplitud modulada por el asombro.