La niña de los tiempos

* Hace años inicié un ejercicio literario que le llamé Cartas Impublicables. Partiendo del género epistolar, planteo una serie de historias que espero les agraden.

CULTURA - Fueron los días de ayer02/07/2025 Álvaro Reyes Toxqui
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Apreciado Epaminondas:

¿Ha llorado en alguna noche lluviosa de verano? ¿Le ha pasado que sin motivo aparente, de pronto le envuelve la más extraña nostalgia? Si su respuesta es afirmativa permítame felicitarlo. Usted todavía pertenece a esa clase de seres humanos capaces de estremecerse cuando, tras una lectura interior e inconsciente de si mismos, reconocen la armonía o el caos entre el deseo y el pensamiento. Si su respuesta es negativa, déjeme contarle una historia que, aclaro, si se le encuentra alguna moraleja, es pura coincidencia.

 Todo comenzó cuando a una tía mía se le ocurrió quedar embarazada. Desde los primeros síntomas las reacciones de mi pariente no dejaron de ser raras. Si el médico le anunciaba que el bebé venía en perfecto estado, ella se soltaba llorando a rienda suelta; pero, si al contrario, le planteaba la posibilidad de operación cesárea, la mujer se llenaba de hilaridad hasta el punto de tener que controlarla con calmantes. «¡El chamaco, mujer, se te va a salir el chamaco!» le decían las enfermeras mientras trataban desesperadamente de hacerla ingerir las benditas pastillas. Así pasaron nueve meses oscilando entre risas y llanto, la depresión, los tibios sueños y la alegría. Por fin, un día de San Juan, en el momento justo en que se soltó el primer aguacero del año, se escuchó un fuerte chillido en el quirófano del hospital. «¡Ha nacido! ¡Una hermosa bebé ha nacido!»

Juanita, que así le pusieron por capricho de mi abuela, creció en medio de mimos y cuidados. Algunos decían que era muy enfermiza, otros que era caprichosa como ninguna, de carácter melancólico en el invierno, de risas contagiosas en la primavera y de largos silencios en el otoño.

 La niña de los tiempos, así la llamé. Y es que no podía decirle de otra manera. Si hacia sol, se sonreía y la luz que manaba de su boca hacia felices a quienes tuvieran la suerte de estar junto a ella; si soplaba una suave brisa, en sus ojos se encendía el fuego de una hoguera tibia capaz de dar calor al alma más entristecida. Yo, muchas veces, cerca de su sombra bienhechora, me encontré divagando en esos mares profundos del recuerdo y la nostalgia. Ella, en las tardes crepusculares, me conducía dócilmente hasta los confines de mis propias distancias.

 En el verano era otra historia. Envuelta de truenos de tormenta y de aguas de agua chocando contra los cristales de su ventana, Juanita se convertía en un ser insoportable. No sólo lloraba como loca sino que aventaba todas las cosas que estuvieran a su alcance. Pobres de las rosas que adornaban la mesa de centro, pobre del florero y pobres sus padres que no sabían qué hacer. En contadas ocasiones fue llevada con psicólogos infantiles, neurólogos, pediatras y nada, los diagnósticos no decían nada. -¿Acaso estaba posesa por un demonio?- Y entonces desfilaban ante ella sacerdotes, curanderos, médium espiritistas, brujos traídos desde los Tuxtlas y cientos de charlatanes más. El resultado siempre era el mismo. Nada extraordinario se encontraba en esa dulce niña. Sus padres, desesperados, la internaron en un hospital para que fuera observada por la desvalida superioridad de los especialistas, al fin y al cabo querían que Juanita fuera como las demás niñas de su edad. Ahí, encerrada en una habitación de paredes blancas, sin ventanas al exterior, con clima artificial, Juanita empezó a marchitarse lentamente.

 Desaparecieron sus ojos atribulados, sus sonrisas cálidas. Sus cabellos que durante muchos días fueron espejo del sol, se apagaron con la luces de neón. Sus manos que arrancaban delicadamente cada pétalo de la vida, se tornaron amarillentas y arrugadas. La última vez que la vi pude observar en su cuerpo las arenas movedizas del desierto. Me sonrió, con débil voz dijo que atrás de mí entró la lluvia y en sus ojos, esos que tanto amé, se dibujaron dos cristales de agua. La niña de los tiempos se fue para siempre acompañada de los truenos y la tormenta que se desató esa tarde en la ciudad.

 Eso es todo, amigo Epaminondas, todo lo que puedo contarle antes de salir a la calle a empapar mis recuerdos.

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Álvaro Reyes Toxqui es profesor - investigador en el área de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma Chapingo. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I y también docente en la Unidad Académica Profesional Chimalhuacán de la Uaemex. Sus libros más recientes son: Rumor Nocturno y Crónicas paquidérmicas.

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