El amor de las estatuas

* La nota que me impresionó: alguien, quizás un funcionario público decretó el retiro de las estatuas de Fidel y del Ché Guevara, en una alcaldía de la Ciudad de México.

CULTURA - Fueron los días de ayer18/07/2025 Álvaro Reyes Toxqui
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                                                                      Apreciado Epaminondas:


¿Ha sentido usted la sensación de que ya ha vivido algo aunque no tiene más certeza que el breve pero excitante relampagueo del instante? ¿Le ha sucedido que sin saber cómo, usted sabe detalles de una casa, o de una conversación, o de una persona a la que acaba de conocer?

Si no es así, es decir, si su cuerpo no juega a las premoniciones con su razón, entonces seguramente le será difícil entender lo que a mí me pasó y que hoy le relato en estas breves líneas.

Sucedió en estos días, creo que el martes, como a eso de las diez con quince minutos de la noche, al borde de mi cama, con un café humeante en la mano y el televisor encendido. Tomé el control y, como suelen hacer todos los que opinan que cada vez más la programación es un fiasco, empecé a cambiar los canales sin ton ni son.

Las caderas moviéndose de una modelo me anunciaron una marca de cerveza, una escena gótica con letras chiquitas me ayudó a identificar el cine de culto del once y de pronto, como un balde de agua fría, en el noticiero de conocido canal de furibundos reporteros gritones, la nota que me impresionó: alguien, quizás un funcionario público decretó el retiro de las estatuas de Fidel y del Ché Guevara, en una alcaldía de la Ciudad de México.

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 Mis ojos, aunque podían creerlo, no daban crédito a lo que mi memoria me anunció: esa nota ya la había visto, hace muchos años, en dos situaciones similares. La primera, en 2003, cuando las imágenes televisivas mostraron cómo una turba hacía añicos la estatua de Sadam Hussein, durante la intervención norteamericana a Irak; la segunda, en 1991, cuando otra turba enloquecida, armada con trascabos y sogas metálicas, derrumbaron la estatua que representaba a Lenin, siete meses antes de que Boris Yeltsin declarara la disolución de la otrora Unión Soviética.

¿Cómo y cuándo, querido Epaminondas, la vida nos ofrece la sensación de que la historia, por lo menos en algunas situaciones, se repite?

No, no como un déja vu premonitorio, sino como la conjunción de fuerzas que se suman en la historia como para demostrar que todo está cambiando para seguir igual. En aquel entonces, ambos sucesos nos ponían sobre aviso de la expansión, como en ondas de choque, de los movimientos del orden mundial norteamericano: el de 1991, nos trajo el “nuevo orden” neoliberal que representaba la política de los Estados Unidos y de George Bush padre que se recrudeció con la Guerra del Golfo Pérsico. El de 2003, nos arrojó al rostro las consecuencias de ese fatídico septiembre negro que derrumbó el World Trade Center y desató la guerra contra Afganistán —curiosamente dirigida por el George Bush hijo—.

El retiro de las estatuas de Fidel Castro y del Ché quizás representen de un modo soterrado que la visión norteamericana, hoy viciada por el temperamento intempestivo e inestable de su presidente Donald Trump, poco a poco va ganando espacios ideológicos capaces de estigmatizar cualquier disidencia, criminalizarla, perseguirla y tratar de eliminarla.

¡Ay, Epaminondas! ¡Qué duras conclusiones se obtienen cuando la memoria histórica nos posee y nos abofetea la conciencia!

El fin de mi sobresalto llegó hasta el día de hoy en modo de un sueño. En él veía las estatuas de Fidel y del Ché bajando de sus basamentos de concreto. Uno miraba al Oriente y el otro al Occidente, aquél levantaba las manos en los que portaba el martillo y la hoz, mientras que el otro encendía su interminable puro. Pese a que ambos miraban hacia sentidos opuestos, detecté un brillo de amor en sus ojos desesperanzados. Parecían decirme que, por lo menos durante un tiempo, los seres humanos tuvimos la capacidad de soñar el futuro. 

Me despido, amigo de antaño y feo nombre, con la insólita sensación de que mi carta ya había sido escrita en otro momento, en otra ciudad y para otros ojos.

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