Narrativa catastrofista que alimenta el caos; charlatanes que se aprovechan del dolor ajeno

* La verdadera respuesta al incremento de asesinatos y a la violencia estructural que la acompaña no reside en alimentar el miedo, sino en la búsqueda de soluciones que aborden las desigualdades sociales, la falta de oportunidades y el acceso a la justicia.

OPINIÓN09/04/2025Alex SancipriánAlex Sanciprián
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En los últimos años, hemos sido testigos de un creciente discurso catastrofista que ha dominado los medios de comunicación, redes sociales y algunos sectores de la política respecto al aumento de los asesinatos. 

Este clima alarmista, basado en cifras y relatos distorsionados, ha logrado moldear una percepción social de caos inminente, donde la violencia se presenta como un fenómeno imparable y universal. 

Sin embargo, detrás de ese discurso se esconde una estrategia manipuladora que busca generar miedo y desesperanza, al favorecer la venta de soluciones rápidas, superficiales y, a menudo, vacías.

El incremento de asesinatos es un problema grave y no debe ser minimizado. 

No obstante, el sensacionalista de la información sobre estos hechos no hace sino empeorar la situación. 

Hay charlatanes que, en lugar de ofrecer un análisis serio y propositivo, se dedican a amplificar las tragedias. Crean narrativas simplistas que alimentan el pánico y la paranoia colectiva. 

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Estos personajes se aprovechan del dolor social para ganar poder político, económico o de influencia, sin importarles la repercusión en la estabilidad emocional de la sociedad.

Es urgente denunciar a estos individuos, quienes lejos de contribuir a la resolución de los problemas, se convierten en promotores de un clima de miedo irremediable. 

En lugar de abordar las causas profundas de la violencia, prefieren asustar a la población, hacerla sentir vulnerable y, a través de esta angustia, lograr un control sobre sus consideraciones acerca de los tiempos violentos. 

En la mayoría de los casos, las soluciones que proponen son simplistas, como más represión o políticas de seguridad extremas, que no atacan las raíces del problema y, peor aún, pueden generar efectos contraproducentes a largo plazo.

La verdadera respuesta al incremento de asesinatos y a la violencia estructural que la acompaña no reside en alimentar el miedo, sino en la búsqueda de soluciones que aborden las desigualdades sociales, falta de oportunidades y el acceso a la justicia. 

Es imprescindible que como sociedad aprendamos a discernir entre el verdadero análisis y las narrativas manipuladas que buscan alimentar el caos.

Es responsabilidad de todos rechazar a los charlatanes que promueven este clima de miedo, que impiden pensar con claridad y encontrar soluciones verdaderas.

Se requiere un enfoque basado en la razón, la solidaridad y la acción conjunta para superar esta crisis, no en el temor y la desinformación. 

Hay que construir una sociedad más justa, segura y preparada para enfrentar los desafíos que realmente importan.

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La inseguridad pública es un fenómeno complejo que afecta a muchas sociedades.

En efecto, los gobiernos tienen un papel importante en el manejo de la seguridad, no siempre son los responsables directos de los altos índices de violencia y asesinatos. 

Es fundamental entender que la inseguridad no se genera únicamente por la falta de acción gubernamental, sino por una combinación de factores estructurales, económicos, sociales y culturales que trascienden las capacidades de cualquier administración.

Uno de los principales factores que contribuyen a la inseguridad es la desigualdad social. La pobreza, la falta de oportunidades educativas y laborales, y la exclusión social generan un caldo de cultivo perfecto para que grupos delictivos se aprovechen de las personas en situaciones vulnerables. Además, la debilidad institucional en muchas regiones, el narcotráfico y la corrupción también juegan un papel decisivo en la perpetuación de la violencia.

Es importante también considerar el contexto de los entornos urbanos y rurales donde los asesinatos suelen ser más frecuentes. 

En algunos casos, las comunidades se ven atrapadas entre bandas criminales que disputan el control territorial, lo que genera una situación de miedo y desesperanza entre los ciudadanos. Los gobiernos, aunque deben intervenir, no pueden erradicar de inmediato estas estructuras de poder que operan fuera del marco legal.

Si bien es cierto que la gestión pública y las políticas de seguridad son clave, es injusto culpar exclusivamente a los gobiernos por una crisis de seguridad que tiene raíces mucho más profundas. 

Los asesinatos y la violencia son reflejo de problemáticas sociales que requieren soluciones integrales: inversión en educación, creación de empleo, desarrollo económico y fortalecimiento de las instituciones.

El desafío radica en abordar estos problemas de manera conjunta, buscar un equilibrio entre la prevención y el fortalecimiento de la seguridad, sin perder de vista que la violencia es una manifestación de múltiples carencias sociales que no se solucionan con medidas punitivas únicamente, sino con un enfoque integral que involucre a toda la sociedad.

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