Mujeres que son árboles, que todo lo saben

Mujeres que pisan fuerte. 07/03/2020 Rosa María Rodríguez Cortés /Profesora de la UACh
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Las mujeres siempre estamos rodeadas de mujeres, no hay nada más determinante en el mundo de una mujer, que otras mujeres. Obviamente, la madre, que nos carga nueve meses y en cuyo vientre aprendemos lo que significan los primeros cambios bruscos de temperatura, el ritmo que tiene su respiración cuando está activa o dormida o los distintos espasmos del corazón cuando tiene miedo o se siente segura

Con la madre caminamos un buen trecho de la vida y hay quien afirma que este lazo no se extingue jamás. La madre le enseña a la hija muchos secretos de la existencia, quizá imposibles de ser descifrados por un hombre: desde no ponerse el suéter al revés, trenzarse el pelo, higienizar su menstruación, escoger la mejor fruta en el mercado, o guardar el dinero entre los senos. Haciendo un recuento, me doy cuenta que soy una réplica de mi mamá en muchos aspectos: tengo el mismo tono de su voz, repito los mismos dichos y me parecen chistosas las mismas cosas que la hacían reír a ella a carcajadas, llevo años haciéndolo. Sé, por ella, que si te descuidas un momento la sopa se te puede quemar, que no debes destapar la cazuela del arroz hasta que esté a punto de servirse y que hay una carne para cocer y otra para freír. Mi madre me enseño también a interpretar el significado de los sueños y nociones de morfopsicología empírica, que me han resultado muy útiles en la vida cotidiana. 

Salvo excepciones, la madre siempre es fuerza, es sinónimo de fuerza en nuestra percepción de niñas y aún de adultas. Real o no, ella es vista por nosotras como un personaje todopoderoso. Si esto no fuera así, pensamos, estaríamos totalmente perdidas, ¿quién podría salvarnos, si no es una mamá? Esta convicción de su fuerza, nos mantiene a flote ante los riesgos inminentes de la vida. La mamá es fuerza física, nos cargó, nos alimentó, nos sirvió de muchas maneras y también es fuerza mental, es la consejera ideal, la experiencia viviente, la madre árbol que todo lo sabe. 

Pero no sólo está la madre en la vida de una mujer, está por supuesto la abuela, las hermanas, las tías, las primas y todo esa estirpe femenina que nos va llenando de huellas. Son nuestro ejemplo a seguir, o somos el ejemplo a seguir de algunas, los patrones femeninos de referencia. “Estudia lo mismo que tu hermana”, “Mira lo que le pasó a tu prima” y tantos otros. 

A pesar de esta notoria influencia, me quiero referir especialmente a las amigas, porque son la familia que escogemos. Al ver las escasas fotografías de mi niñez, me doy cuenta que las niñas ya ocupaban un espacio importante en mi ámbito y su influencia era incuestionable. Todavía me acuerdo muy bien de “Silvia, la chimuela”, de “Yolanda, la ojos tristes” o de “Guillermina, la gorda” Apodos con los que las identificaba cariñosamente en la primaria. Había, desde entonces, de todo, niñas buenas y niñas malas, solidarias y egoístas, bonitas o feas, porque es casi imposible encajonar a la mujer en un solo patrón. Había niñas tímidas y otras que hacían temblar a los niños, pícaras y traviesas, o solitarias y avergonzadas. 

Después, en la preparatoria, tuve amigas, cuyo lazo amistoso conservo hasta la fecha. Amigas que son en muchos sentidos mi par, mi espejo: Alicia, Lucina, Julia, Laura, Liliana, Lidia, mujeres con las que hemos hablamos con honestidad del cómo ha sido nuestra vida y del cómo se ha ido transformando a base de experiencias suaves o difíciles, llenas de retos. Siempre mujeres, siempre juntas, siempre influyentes. 

Actualmente pertenezco a un Club de Yoga donde la instructora es también mujer. Sólo hay dos varones y uno falta mucho. Estamos en nuestro ambiente. Entre ejercicio y ejercicio hablamos un lenguaje cifrado que es como una sinfonía exclusiva para el género, porque sólo la entendemos nosotras en tono y ritmo. Compartimos secretos ancestrales. Me pregunto qué sería del mundo sin esa poderosa energía femenina que emana por todas partes. 

Vistas o no, “invisibles” o visualizadas, la mujer mueve al mundo, y no solo por las actividades en la fábrica, en la escuela o en los servicios, sino por ese bagaje de secretos que solo ellas saben, esas “claves de la existencia” que solo ellas poseen y que comparten generosa y sabiamente con las personas indicadas, generalmente otras mujeres, y lo hacen para no romper el círculo y la continuidad, para que no se caiga el mundo a pedazos. 

Hoy día que la violencia se ha recrudecido contra este ser sin duda excepcional, es momento de recordar su fuerza inherente, su imbatible poderío, su capacidad de respuesta. Porque sin duda la hay, la habrá. “Por el bien de todos” nunca desconfiemos de ellas.

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